ARTE Y FRONTERAS. La valla como soporte artístico.

«Arte y Fronteras. La valla como soporte artístico»

La crisis climática y migratoria es un reto global, cuyos excesos de la actividad humana conducen a un umbral crítico de recursos, con un aumento de índices de pobreza y exclusión social, donde los conflictos geopolíticos desplazan forzadamente a infinidad de personas, que se convierten en refugiados, incluso desprotegidos de cualquier derecho como apátridas. Aquí es donde emerge el arte, como una forma vital de resistencia, de memoria y conciencia colectiva. A través de múltiples lenguajes visuales, performativos y literarios, muchos artistas han abordado estas problemáticas no solo como testigos, sino como agentes de transformación social. El colectivo Muro del Arte, cuya andadura arranca a finales de 2021, interviene al respecto en el espacio del Museo de la Sangre desde una óptica pictórica y cerámica, con una muestra itinerante y nómada, propósito que están cumpliendo cuando comenzaron a idear el proyecto en el puerto de Cabo de Palos en el verano de 2022. En esos momentos existía una valla metálica que actuaba como soporte-telón de sus obras, convirtiéndose en todo un símbolo de sus acciones, cuya huella romboidal de la valla es visible en muchas de las obras. Creaciones de tendencia neofigurativa con tintes expresionistas, desnudas, crudas, sin armazón y ataduras como un migrante o un animal salvaje (caso del Bisonte expuesto), que no tiene fronteras y vaga por pastos hacia un alimento o vida mejor. Creadas en un corto periodo de tiempo en plena calle, son un símbolo de libertad, frente a esta condición reciente del ser humano respecto a su evolución hace 200.000 años, de limitar tierras, crear mapas o líneas divisorias, barreras, demarcaciones, bordes, entre otros calificativos.

El colectivo lo forman José Luís Gómez Marín (Murcia, 1959), Marta García Pérez-Cuadrado (Cartagena, 1962) y Felipe López Pérez (Murcia, 1976). Tres artistas dispares y complementarios, José Luís unido a un pasado con la empresa Zigurat Creación, manejándose en diseño, escenografía, gestión artística y pintura. Marta García formada en la Escuela de Artes y Oficios de Murcia en la especialidad de cerámica, y cuando obtuvo más tarde el título de Trabajadora Social autodefinida como ceramista social, unida a su proyecto atram-ceramista social, ofreciendo talleres con un enfoque participativo en distintos centros, cuya aportación sitúa su espiral titulada El abrazo, en un arte colaborativo entre migrantes con la consigna de la hospitalidad como bandera, y, por último, Felipe López, que firma como Fe de Teresa, ingeniero y arquitecto de formación, docente de profesión y artista poliédrico, inspirado en ocasiones en los clásicos, con versiones que rompen con lo establecido.

El concepto de la estética migratoria pretende dar visibilidad al impacto de la migración con prácticas artísticas contemporáneas, que a comienzos de siglo XXI impulsa la crítica Mieke Bal. Otro término unido al grupo es el de artivismo, hibridación entre arte y activismo, en una postura reivindicativa y resistencia desde el arte, cuyos inspiradores antecedentes podrían estar en el Guernica de Picasso, o más lejano en el realismo del siglo XIX que anunciaba situaciones desfavorables de la sociedad con una sátira y cruda realidad como el ilustrador Honoré Daumier, la exaltación del campesinado de Jean-François Millet, incluso aquello que manifestó Goya ante el conflicto napoleónico.

El caso que nos ocupa no difiere tanto de estos ejemplos pasados, en una evidente crítica que en la actualidad conduce a una situación sociopolítica compleja, con los desplazamientos de millones de personas huyendo de conflictos y de las consecuencias del cambio climático. Pero, debe existir una transformación de lo hasta ahora conocido, cuyo cambio pasa por un humanismo que nos haga pensar y desatasque las desigualdades. La cultura debe pervivir sin eliminar las huellas de su problemático pasado, porque “olvidar implica reprimir y lo que se reprime tiende a retornar, a menudo revigorizado”.

Son muchos los artistas comprometidos con los problemas que afectan a una gran parte del mundo, que el mundo occidental parece insensibilizarse ante la masificación de imágenes de violencia, con más desconfianza desde la entrada de las deepfakes producidas por inteligencia artificial. Entre estos artistas inspiradores para el colectivo, tenemos las esculturas de hielo de la brasileña Néle Azevedo que protestan por el cambio climático, la colombiana Laura Ribero con sus poéticas fotografías que hablan de los límites que el ser humano ha impuesto, la inglesa Lucy Orta y sus tejidos de protesta que expresan los movimientos migratorios o la sostenibilidad del planeta, la artista cubanoamericana Tania Bruguera que explora el poder, la migración y los derechos humanos en proyectos que desafían los límites impuestos por los regímenes autoritarios, el chino Ai Weiwei, todo un referente en el activismo artístico, cuyo extremecedor documental titulado Marea humana (2017), “recorre nada menos que 23 países afectados por los flujos de millones de personas que abandonan sus hogares empujados por la guerra, el cambio climático o el mero sueño –o derecho– de aspirar a una vida mejor”. Más cercanos son el dúo de grafiteros valencianos PichiAvo, que ofrecen roles distintos a sus dioses mitológicos, y las instalaciones del jienense Isidro López-Aparicio, que reflexionan los mismos temas de crisis migratoria y desigualdades provocadas en ocasiones por el modelo económico neoliberal.

Las obras expuestas son un grito hacia la actual situación mundial, como la obra Europa, cuya alegoría del continente frena a aquellos que desean buscar sus sueños, la titulada en alemán der Brand (El fuego), que recuerda como la tierra pierde cada año millones de hectáreas por las políticas especulativas del hombre, y Playing que resulta ser un guiño al artista americano Ronald Rael, que con sus instalaciones protesta por los derechos humanos, y la situación fronteriza entre México y EE.UU.

Una narrativa expositiva que comienza con La mirada desde el otro lado, en un rostro anónimo afligido por la valla, cuyo discurso doloroso nos conduce hacia la esperanza, como el propio cartel y el vuelo del corazón del grafitero Banksy.

Una exposición que replantea temas que damos por sentado, y desestabiliza nuestra mirada formada desde un prisma occidental capitalista, asumiendo una única tradición, como las figuras monumentales del paraíso de Adán y Eva, tantas veces representadas en la historia del arte, que cambian de aspecto. Unas reminiscencias clásicas como sucede en la obra de La Piedad, donde un Jesús negro bajo los brazos y ojos de la madre, ve partir a su hijo hacia la aventura incierta de la migración. Un niño Jesús que, con sus padres, José y María, huyeron como refugiados en su éxodo por Egipto.

La globalización conlleva ventajas, pero también a la estandarización y olvido de tradiciones y culturas. Sin esa diversidad, apunta Lévi-Strauss, sería un horror concebir un futuro donde solo exista una cultura y una civilización en toda la superficie de la tierra. Con esto perderíamos la originalidad, que realmente es lo que nos diferencia de los espíritus vulgares, un alegato Sobre la libertad que ya anunció John Stuart Mill en 1859, adelantando a medidos del siglo XIX que el gran peligro de nuestro tiempo venía caracterizado por el escaso número de personas que se atreven a ser distintos y osados. Un peligro de alineación que sin duda se extiende como una plaga.

Por tanto, el conformismo debe cuestionarse, donde las artes han reaccionado ante doctrinas y academicismos como hicieron las vanguardias. Este es el sentido de este colectivo, ante la apatía del mundo ofrecen unas obras educativas, que hablan con una fuerza expresiva de la inclusión, de una divergencia necesaria, de ser todos más resilientes, compromiso que hacemos extensible a administraciones, gobernantes (ausentes en la obra La adoración de los pastores) y, en especial a la sociedad de a pie, que es la mayoría, como el mejor agente activo para fomentar una mayor sensibilización intercultural. En definitiva, las obras no solo ilustran la crisis, sino que actúan como un catalizador de conciencia crítica. En un mundo marcado por la movilidad forzada y la degradación ambiental, la expresión artística se convierte en una forma de resistencia simbólica, capaz de imaginar futuros posibles, exigir responsabilidad ética y política, en un mensaje del colectivo formado por José Luís, Fe de Teresa y Marta de esperanza con el amor y encuentro de vida entre Adán y Eva.

Comisario Enrique Mena García

OBRAS: