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PÁRRAGA, LA VISIÓN DEL COLECCIONISTA
Pedro Ayala Martínez
Coleccionista



La obra de Párraga tiene la habilidad de no pasar nunca desapercibida.


Mi primer contacto con el maestro murciano tuvo lugar en la desaparecida tienda que la familia Meca tenía en el barrio del Carmen, en la calle Alameda de Colón. Mi madre tenía la costumbre de ir siempre a esa tienda para enmarcar los cuadros que compraba o regalaban a la familia y que las molduras no hacían juego con los muebles de la casa o simplemente no le gustaban. Siendo un crío solía acompañarle a la salida del colegio. Recuerdo que la tienda era alargada, con dos alturas. En la plata de abajo tenían las muestras para elegir el marco y a la derecha exponían cuadros de pintores murcianos que estaban a la venta.


Una de esas tardes, mientras mi madre hacía su encargo, le pedí permiso para subir las escaleras y ver los cuadros que arriba colgaban de las paredes. Justo enfrente había un cuadro de tamaño mediano con el fondo en azul y lo firmaba un tal Párraga. No sabia quién era el autor ni había oído hablar de él, pero bajé corriendo y le dije a mi madre “mamá sube que quiero que veas una cosa”. Agarrada de mi mano, me acompañó y le enseñé el cuadro, le dije: “cómpramelo para mi cumpleaños, me gusta mucho”, a lo que ella contentó: “es muy caro, cariño, ¿para que quieres tú un cuadro?”. Lo cierto es que su pequeño discurso hizo efecto y olvidé ese cuadro que me había dejado hechizado.


José María Párraga falleció un 11 de abril de 1997. Por aquel entonces yo era un adolescente al que le encantaba la pintura. No había exposición en la ciudad de Murcia a la que no fuese y ya tenía algunos conocimientos sobre los pintores de la región más conocidos y cuya obra se valoraba.


Ese día la noticia estaba por todas partes, José María había sufrido un infarto de miocardio mientras se encontraba afeitándose, el corazón se le paró. Al salir del instituto llegué a casa y se lo dije a mis padres, los cuales, como era normal con todos sus quehaceres, ni se habían enterado ni por supuesto tenían idea de quién era el fallecido.


Él era uno de los varios pintores en mi lista mental de los que yo tenía ganas de tener una obra suya. La noticia de su fallecimiento complicaba, aún más si cabe, el que pudiera tener una pieza suya, pues su muerte revalorizaría su obra.


El 20 de abril de ese año, en mi cumpleaños, mis padres me regalaron un Párraga. Seguramente se lo puse fácil, pues durante esos nueve días en casa no paraba de hablar de él: que si lo habían velado en la Iglesia de San Juan de Dios, que el 12 de abril no cabía más gente en el templo y una multitud se quedó en la plaza, que yo no había visto tantas coronas de flores en mi vida, tantos conocidos del mundo del arte y la sociedad de Murcia reunidos allí, que la Comunidad Autónoma había anunciado la creación de un centro artístico el cual llevaría su nombre, que la comidilla ese día era que toda la región estaba de luto… Un no parar de hablar cada vez que salía una noticia en la prensa televisión o radio.


No sé de donde lo sacaron, nunca me lo dijeron. Seguramente se recorrieron la ciudad en busca de alguno de los escasos cuadros que aún quedaban a la venta, pues Murcia se había tirado a la calle a comprar obras suyas y, como yo ya había predicho, los precios subieron. Caprichos del destino el fondo de ese cuadro es de color azul.


Sin saberlo, con ese regalo me inocularon el veneno Párraga; me pasaba horas muertas mirándolo y se había convertido en mi posesión más apreciada. Las semanas y los meses fueron pasando y en las galerías era imposible encontrar un cuadro de él. Me moría de ganas de ver alguno más para compararlo con el mío, lo cual en el fondo me daba igual, para mí era el más bonito que había pintado. Con el tiempo fueron apareciendo obras todas de su ultima época, los años 90.


El 21 de diciembre de 1998 se inauguró su exposición antológica repartida entre la sala de exposiciones de Verónicas y la de San Esteban. Reunía, entre las dos localizaciones, dibujos, collages, pinturas y pirograbados de todas sus épocas, desde los años cincuenta hasta la última obra que dejó inacabada la noche antes de dejar este mundo. Como pasó con su entierro, la multitud se agolpó a las puertas de San Esteban a la hora de la inauguración, en espera de que llegaran las autoridades para proceder a la apertura de la misma. Tengo grabado en mi memoria el clamor popular que en la calle gritaba “en vida se tenía que haber hecho esto”.


Ese día lo cambió todo en mi percepción de la obra de Párraga. Para mí, en esa exposición descubrí al genio de la pintura murciana. Ahora entendía por qué la gente y sus propios compañeros del mundo del arte lo llamaban maestro. Esos dibujos que realizaba sin titubear en el trazo, esas composiciones picassianas y abstractas se alejaban de todo lo que se había estado haciendo en Murcia hasta el momento, rompiendo así con esa época de clasicismo.


Sus creaciones me abrían un mundo desconocido para mí. Solo había oído hablar de ellas, pero nunca antes había tenido la posibilidad de contemplar una, y frente a mí estaban todo tipo de ellas. No soy capaz de recordar las veces que vi la exposición en el mes que duró, nunca las conté, pero en cuanto tenía un hueco después de mis estudios me acercaba a verla. Hasta compré el catalogo, el cual fue un desembolso importante para mí en esa época. Es el catálogo que más veces he leído y ojeado. Esa exposición despertó en mí el gusanillo por su obra, sin ser consciente.


De entre la gran cantidad de obras expuestas, me apasionaron los dibujos de juventud que desde su casa, postrado por una enfermedad que padeció, le hacían las horas más llevaderas. Casi sin haberse planteado aún ser pintor los firmaba simplemente con su nombre como lo que seguramente para él era un entretenimiento para pasar esa cantidad de horas muertas. Incluso los enumeraba con cifras romanas, quizás a modo de reto para averiguar cuantos hacía en un día.


Los collages de composiciones arquitectónicas eran algo increíble, solo en Picasso había visto algo así y delante mía había una selección de distintos años ejecutados por un joven Párraga. Lo mismo ocurría con las tintas de rodillo de los años 60, no me cansaba de mirarlas y estudiarlas: esas cabezas, esas abstracciones… Solo Chilllida en los años 70 se atrevió a hacer algo similar a lo que diez años antes, en Murcia, José María lo había imaginado en su cabeza. Y lo mas importante, lo llevó al papel. En la muestra llamaba la atención dos obras realizadas con betún de Judea y varias obras de gran formato en técnica mixta sobre papel con personajes fantásticos.


Cada pieza despertaba más interés y curiosidad en mí y pensaba que algún día tendría una pieza de la variedad de estilos y periodos que había, cosa que es imposible por la proliferación de su obra. Si me hubieran dado a elegir una pieza para llevarme a casa lo hubiera tenido muy difícil, no hubiera sabido decir en ese momento cual me gustaba más.


Las dos salas enseñaron al maestro desconocido por el gran público, que solo eran conocedores del último Párraga de los años 80 y 90. De esas obras creadas con rotuladores edding y coloreados con acrílico, atractivas y tan fácilmente reconocibles con solo un vistazo y con las que casi consigue hacer realidad lo que en una entrevista contó: “me gustaría que en cada casa de Murcia hubiera una obra mía”. Y casi lo consiguió, es fácil ir a un piso en los que no son coleccionistas de arte, pero el Párraga de la última etapa esté colgado, como si fuese parte de la familia de lo que se sienten tan orgullos, y esa satisfacción crece cuando alguien llega y les dice: ¡eso es un Párraga!


A pesar de los muchos detractores que tuvo al principio de sus comienzos, y que no alcanzaban a entender su obra (cosa que le daba absolutamente igual), su capacidad de tolerancia hacia los mediocres que le rodeaban le llevó, en muchas ocasiones, a mal vender esas primeras obras. Aunque como dijo en una entrevista, a él lo que le interesaba era la investigación en el proceso creativo. En esa entrevista también contó que, en una ocasión, una señora le llamó al teléfono de su casa: el dibujo que le había comprado estaba desapareciendo. Sin titubear Párraga le preguntó: ¿Cuánto me ha pagado por él? - ¡5 pesetas! dijo la señora, a lo que le respondió: “Y por cinco pesetas, ¿qué esperaba, que le durase toda la vida?” y le colgó.


El gusanillo que se llama coleccionismo hace que la última adquisición sea siempre como un reto y una vez que la tienes ya solo piensas en la siguiente. Esa sensación solo aquel que colecciona lo entiende. La obra de José María crea esa maraña de emociones. Nunca te quedas en el último, siempre esperas encontrar esa pieza rara, inédita, que ni pensaste que pudiera existir. Ni él mismo sabía el número de obras que había realizado, ni los materiales que usó. Todo valía para crear, daba igual el soporte, nunca llevó un control. Quizás porque era imposible de las miles y miles que hizo. O simplemente porque solo mientras las estaba realizando le interesaba, luego ya solo pensaba en la siguiente creación.