«LA LUZ QUE CALMA LA NATURALEZA»
Guillermo Gómez Gil:
Marinas, apuntes y escenas orientales
Lugar: Sala Ángel Imbernón. Museo Cristo de la Sangre. C/ Sacerdotes Hermanos Cerón, 23, Murcia (Junto a Iglesia del Carmen)
Fecha: 10 junio – 24 julio
Horario: De lunes a viernes, de 10 a 13.30 horas, y de 16 a 19 horas.
Guillermo Gómez Gil (Málaga 1862 – Cádiz 1942) es uno de los principales representantes del costumbrismo español, destacando fundamentalmente por su amplia galería de marinas. Deudor de Emilio Ocón –maestro de los marinistas malagueños-, su obra se ha granjeado una posición privilegiada en el arte español del tránsito del siglo XIX al siglo XX, gracias a sus vistas del mar Mediterráneo en las que impera la calma y el silencio. Los contrastes y juegos de luces –que lo sitúan en la órbita estética de Muñoz Degrain- le sirven para profundizar en el reflejo de la luz del sol y de la luna sobre la superficie del agua. De hecho, su extraordinaria capacidad técnica para representar el más mínimo matiz provocado por el reflejo de la luz sobre el mar constituye una de las señas de identidad más destacadas de este pintor. En sus marinas, el agua se revela como una superficie especular, que se limita a llenarse del mundo de alrededor. Se trata de un agua paciente, que espera y solo sabe recibir; un agua que, en su estado de reposo, no impone su temperamento. Gómez Gil ha sabido convertir –como ningún otro pintor- al mar Mediterráneo en una materia dúctil y dócil, a la que la luz parece calmar e imponer una planitud redentora. Aunque el artista malagueño se desenvolvió con brillantez tanto en las “marinas diurnas” como en las “nocturnas”, es en estas últimas donde su capacidad expresiva alcanzó sus mayores logros. El esquema compositivo utilizado en ellas surge de la combinación de una serie de comunes denominadores: un punto de vista situado en la orilla; la luna avistándose en un cielo moteado de nubes; y uno o varios puntos de luz en los planos inferiores e intermedios del cuadro para multiplicar los focos de atención. En estas “marinas nocturnas”, el tardorromanticismo de Gómez Gil adquiere sus manifestaciones más privativas: las que utilizan la escasa luz de la noche no para generar desasosiego, sino para transmitir certidumbre. El dramatismo generado por los juegos de luces y sombras es gestionado por el autor a partir de una calculada “economía de la emoción”: la naturaleza es tanto el escenario de lo sublime cuanto un espacio de confianza en el que la mirada puede descansar.
El universo estético de Gómez Gil se enriquece, además, con una miríada de obras de pequeño formato, así como con escenas orientalistas que lo conectan con las fantasías exóticas y pintorescas de Mariano Fortuny. De entre los cuadros de pequeño formato, destacan aquellos apuntes que el pintor resolvía con unos pocos trazos y en los que demuestra su enorme conocimiento del medio. La casi ausencia de construcción dibujística hace de estas pequeñas piezas prodigiosos ensayos de color que, en ocasiones, se sitúan en el umbral de la abstracción. Los celajes se convirtieron en breves espacios de libertad en los que el pintor se permitía resumir toda su inteligencia pictórica. Como si tratara de pasajes de un diario íntimo, fuera del rigor de las convenciones de la academia y del mercado, Gómez Gil se valió de estos apuntes para volcar toda su pasión por la pintura. De hecho, liberados de la disciplina impuesta por el tema y la composición, estos apresurados trazos son brillantes aforismos pictóricos cuyo único objeto de reflexión es la pintura misma.
Por su parte, las escenas marroquíes de Gómez Gil constituyen uno de los últimos eslabones de esa larga cadena de pintores orientalistas que atravesó, de principio a fin, el siglo XIX español: Pérez Villaamil, José María Escacena, Eugenio Lucas Velázquez, Francisco Lameyer o el referido Mariano Fortuny. La dialéctica interior/exterior, luz/sombra se encarga de vertebrar unas composiciones en las que los componentes teatrales y narrativos permiten el entreveramiento perfecto de realidad y ficción. Las obras orientalistas de Gómez Gil adaptan la preferencia por las composiciones multifocales de sus marinas, de manera que el espectador es invitado, en cada una de ellas, a una suerte de divagación visual: de un grupo a otro de personajes, desde el primer plano al último, expandiéndose hacia la luz o refugiándose en las zonas de penumbra.
La obra de Gómez Gil se puede contemplar en instituciones tan prestigiosas como el Museo del Patrimonio Municipal de Málaga (MUPAM), el Museo de Bellas Artes de Sevilla, el Museo Carmen Thyssen Málaga y el Museo del Prado.