La casaMENTE que piensa en rojo

Rafael Picó (Yecla, 1976), es un versátil artista plástico, que se mueve entre el volumen y la pintura, sin dejar de lado aquellos primeros pasos en el terreno de la fotografía allá por el año 2000, cuando Granada había forjado a todo un artista, y su otra pasión como es la música.
La exposición lleva por título PreciosísimaMENTE, que alude al nombre que para muchos “coloraos” es más que evidente, en ese extenso y retórico título de la decana archicofradía murciana. Un sufijo -MENTE, que también acompaña los títulos de las obras, como adverbios de modo reales o inventados, cuyo juego de palabras viene de más lejos, de cuando comenzó con su secuencia de Habita mi mente en una exposición en Almansa de 2013. De todas formas, ese engranaje ya estaba funcionando mucho antes, cuando tuve la suerte de coincidir con Rafael Picó en 2008 en una colectiva en la Galería Romea 3, él como artista y yo como coordinador de sala, que repitió dos veces más, en este caso de forma individual, con títulos arquitectónicamente sugerentes, ¿Habitable? y X=(TÚ+YO) m2, en 2009 y 2012 respectivamente.

En este sentido, el vivir u ocupar una casa o un lugar será un leitmotiv constante. En ese 2009 sugería formas sinuosas, orgánicas, con líneas negras que acompañaban su estética curvilínea, siempre habitados, es decir, ya surgían sus personajes aparentemente diminutos como si habitaran en una nueva y fantástica Liliput que imaginó Jonathan Swift. Aunque la especialidad del artista a su paso por Granada fue de escultura, que nunca ha abandonado, movido sobre todo entre la materia noble de la madera y el hierro, nuestro pensamiento en esta reseña se expresa en acrílico, por el que se siente cómodo desde hace años.

Respecto a ese 2009, su obra evoluciona a un mundo de orden más geométrico, como si de un arquitecto se tratara, el cual avanzó como dueño de los destinos arquitectónicos con sus acabados en dos planos inclinados “a dos aguas”, cobrando vida lo que Le Corbusier apunta sobre la arquitectura, como juego sabio, correcto y magnifico bajo la luz, que existe entre la belleza y la meditación, ambos conceptos vinculados en la obra de Picó, dada su atractiva efusividad del color y la reflexión de su contenido. Y, en este terreno de lo habitable, afirmaba otro gran arquitecto como fue Oriol Bohigas, que una “arquitectura sin entorno no es arquitectura válida”, y aquí se presenta viva, en entornos fluidos, gravitatorios, en un marasmo de “rojo-MENTES”. Un color que llena de abstracciones las casas, o que es lo mismo, los pensamientos de nuestro artista. Un rojo pasión (en su acto), de sangre y de fulgor. El opuesto primario que tanto profesa y manifiesta debilidad, el azul, lo abandona expresamente para cubrir por completo la alargada sala y unirse al barroco Cristo de la Sangre de Nicolás de Bussy, ubicado al otro lado de estos muros, con la simbólica relación de ese manantial de la roja sangre que cae en el cáliz del angelito. Como diría Kandinsky, “un color vivo, vital e inquieto”, con una “nota fuerte de gran potencia y tenacidad”. Nos adentra en un mundo salpicado también de otros colores, concentrados en esa línea, la del dibujo que estructura la casa que no deja de ser otra cosa que el cerebro, la conciencia y su estado.

Esos límites con los que el color no sobrepasa la casa-MENTE de obras anteriores, aquí van más allá, alcanzan esa tangente y la rebasa como un fuego volcánico de frontera. Es la primera vez que el color rompe su protector hogar. El movimiento aparentemente arbitrario de las formas es único, irrepetible, es la propia pintura que se agita en el azar, que dirige qué personaje puede estar en su mundo. Por consiguiente, el color es el que lleva las riendas, la mancha dominadora en ese cierto expresionismo, con matices escasos de negros y blancos que equilibran y dan mayor consistencia a la abstracción, los cuales se expanden como un dripping y generan la clave de quién los habita. El torbellino cromático nos traslada a una especie de corriente dinámica, sonora, barroca, donde se acrecienta la textura visual, en una especie de sinestesia.

El universo de Rafael Picó conecta con el surrealismo por la imaginación desbordada, en esa necesidad de liberación del ser, del espíritu como manifestaba André Breton, en una energía de los sentidos, donde toda la técnica aprendida es desaprendida en la misma postura de la que hablaba Picasso, para iniciarse totalmente renovado, buscador desde hace años en su visión de las cosas. En esa casa, encontramos sus personajes, como su habitual “pensador rodiniano”, figuras que generan la escala del paisaje, porque son, a fin de cuentas, paisajes interiores e introspectivos, que podemos extrapolarlos a nuestros pensamientos, porque como todo arte, podemos hacerlo nuestro si somos capaces de saber ver.

Obras en las que se aplica la observación, la investigación del lugar donde van destinadas, en esas puntas de lanza que elevan todas las casas al artesonado oscuro, con el que dialogan y se compenetran. El espacio del que tanto habló Heidegger es el contenido de nuestros afectos, emociones, amistades, influencias, en una mente que se asoma al público, donde a la vez que la propia casa es nuestra mente, también el cuerpo que le acompaña habita el espacio, por lo que si somos nosotros mismos espacio, encontramos la paradoja de que existe un espacio dentro de otro a modo de “matrioskas” en su sentido funcional o mecánico.

Y, en estos espacios habitados, surgen naturalezas que conviven con las figuras, que lo enriquecen y se proyectan en árboles, en positivo o negativo, en unas raíces-rizomáticas, como un botánico hábitat, ramificado en una organización armónica. Estos microbosques conviven con los personajes, que a veces son expulsados porque pueden alterar el bienestar y, en otras ocasiones, forman parte de nuestro estado anímico, en esa invitación hacia el amor del espacio natural, de la belleza que la naturaleza transmite, en esas formas bellas en su conjunto, puesto que intuimos una salvación de lo bello, desde la sensibilidad, que nos arrastra en nuestro ojo de historiador del arte a una connotación oriental, del cuidado y respeto por la madre naturaleza, que debe coexistir con nuestros más hondos pensamientos, ya sean inquietantes, religiosos, estéticos, placenteros, etc.

Sus figuras nos trasladan, salvando las distancias, a obras como Golconda y La gratitud infinita (ambas de 1963) de Magritte, con esos múltiples hombres con bombín que flotan, que en el caso de Rafael Picó se revuelcan, vuelan para salir, o simplemente se quedan porque el espacio que habitan, son un recuerdo de lo experimentado, son parte de este museo de la Sangre, son cogidas por la lanza de Longinos en “FluidaMENTE”, entre esas manos o pies que quieren ser más, quieren tener respuestas, abrirse a interrogantes, cuyas raíces quieren seguir buscando, entre nutrirse o crecer, cuyo goteo recto y vertical caído del costado, es el símbolo purificador del agua bautismal (sangre y agua), que emana sagrada y se vierte en cascada que desborda la casa para purificar a aquellos que descubran su simbología. Esta herida abierta queda sin cicatrizar en otra figura en crucifixión inmersa en el burbujeante chorreo, eje de esa especie de altar pictórico, porque “AbducidaMENTE” es el reflejo de una conexión espiritual, casi imperceptible entre la amalgama misteriosa de nuestros miedos, vacíos, misterios, que se distancian. Una sacudida como en “LibreMENTE”, donde la figura atravesada en una alegoría con Cristo, se deja llevar por esa especie de líquido amniótico que se asemeja a un gran vientre o pompa de la que tendrá que ser valiente para poder reflotar. Una figura que se aproxima a los brotes amarillos como sinónimos de esperanza, de luz, próximos a la miniatura casa anexa, aunque apropiada como refugio de estos personajes, como un saliente de esa trama neuronal de nuestra mente. Y, entendemos que esa figura podemos ser cualquiera de nosotros, en un espacio que no queremos estar, de dolor o heridas que queremos sanar, en una asfixia paliada por el efusivo y salvaje color.

Así, en esta singular puesta en escena, surge lo sobrenatural, en la que no hay que centrarse en esa simbólica representación del centurión romano antes de ser perdonado y convertido en mártir, sino que, la magia está en la propia creación artística, como diría Zweig, en un proceso interior del artista que su cerebro interpreta, en otro cerebro que pinta, que a su vez actúa en sus propias figuras, a modo de acto espiritual como es la creación y su misterio, en el que todos podemos participar, ser parte del mismo, tanto de sus mundos habitados como el éxtasis de la obra propiamente dicha, debido a la intensidad y ensimismamiento absoluto del que Rafael Picó crea y eleva en sus reflexiones a la humanidad.

Enrique Mena

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1Le Corbusier (2003). El espíritu nuevo en arquitectura. Colección de Arquitectura, 7. Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de la Región de Murcia. p. 25.
2Oriol Bohigas (2003). Urbanismo, realidad y fracasos. Lecciones/documentos de arquitectura, 8. Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Universidad de Navarra. P. 51.

3Kandinsky (2005). De lo espiritual en el arte. Paidós. P. 78.
4André Breton (2013). ¿Qué es el surrealismo?. Casimiro. P. 13. 5Stefan Zweig (2022). El misterio de la creación artística. Ulises. P. 24.