Out Refugee, de Ignacio García Moreno, es un lúcido proyecto artístico que surge a raíz de la crisis de refugiados motivadas por conflictos como el palestino-israelí, la insurgencia en el Magreb, la guerra en el noroeste de Pakistán, la guerra civil de Somalia, la de Sudán, las Farc en Colombia, la Primavera Árabe o la guerra intestina que ha destruido Siria. La consecuencia de todas estas situaciones ha sido la creación de una masa nómada de refugiados, de individuos desplazados que han pasado a ser apátridas sin derechos. A partir de este drama, García Moreno ha concebido una impactante instalación en la que la figura del refugiado es devuelta a toda su complejidad. Frente a los crecientes discursos xenófobos -que lo reducen a un objeto amenazante-, el autor plantea un discurso crítico y de alto alcance político cuya primera decisión pasa por su redefinición subjetiva. La subjetivación del refugiado se realiza mediante su definición a partir de un doble proceso de pérdida: el de la identidad y, por ende, el de las coordenadas del espacio-tiempo.

Atender al drama del refugiado y asumir un compromiso ético con su subjetividad supone, en efecto, abordar su realidad desde el prisma de lo que ya no es, de aquello que se ha perdido. El conjunto escultórico en torno al cual se nuclea esta instalación permite abordar, en toda su complejidad, a este “sujeto de la pérdida”. Tres figuras -un padre, una madre y un niño-, “in-definidos” a través de su configuración blanca, ven reemplazadas sus cabezas por casas suspendidas que están separadas de sus cuerpos. La casa, evidentemente, representa el hogar, la raíz perdida. La capacidad de una casa para generar hogar reside en su capacidad para generar una estabilidad diaria, un espacio-tiempo que delimita una identidad. Desde el momento en que el refugiado es arrancado de su hogar, separado de su identidad, la casa deja de estar asentada sobre un suelo firme y estable. Una “casa en el aire” -como la que define a estas tres figuras- es aquella que ha perdido su conexión con la realidad y se convierte en una alucinación, en una fantasmagoría desarraigada de cualquier mapa. Y, precisamente por esto, la “casa en el aire” es aquella que -siguiendo a Bachelard- se torna en un producto de los sueños, en una irrealidad que cae del lado de la inmaterialidad de la nostalgia. La casa ya no está vinculada al cuerpo; ambos -casa y cuerpo- constituyen dos realidades que no copulan, que no articulan una sintaxis existencial.

Este sugerente conjunto escultórico es complementado por Ignacio García Moreno con una serie de cuadros -en las que se representa el modo de vida nómada del refugiado- y objetos en los que mediante maderas e hilos ensamblados se opera una desarticulación de la pintura. Resulta interesante, a este respecto, la equivalencia que el artista establece entre la pérdida de identidad de la pintura y la del refugiado. Los ensamblajes de García Moreno constituyen una negación de la pureza bidimensional en la que Greenberg cifró la identidad de la pintura. Esta pérdida, por parte de la pintura, de su ontos modernista se revela, en el presente contexto discursivo, como una eficaz metáfora del desarraigo del refugiado, de la dolorosa crisis identitaria en la que vive. En la misma medida en que el ser del refugiado se define a través de la negación de todo lo que fue, así el ser de la pintura solo se concibe por medio de la pérdida de su “hogar estético”.

Pedro A. Cruz Sánchez